Alfredo Escudero – Florida International University
María Rostworowski nos dejó un legado académico muy importante para entender la historia peruana, sobre todo del periodo prehispánico. Resalto, entre muchos de sus aportes, los estudios sobre la mujer en los Andes, y la publicación de visitas coloniales. Qué bueno que su imagen se luzca en los billetes. Dicho esto, su imagen también esconde una ironía. Por un lado, el Estado peruano celebra sus investigaciones y reconoce, al menos de manera simbólica, el valor de la historia. En unos días, periodistas, celebridades, políticos, deportistas y muchos más se inflarán el pecho de orgullo por el bicentenario. Seguro escucharemos el nombre de Rostworowski, o de Basadre, o de otros ilustres historiadores. ¡Viva la historia milenaria del Perú!
Pero hay un lado menos alegre. A la fecha, el Estado no brinda soportes institucionales y financieros para investigadores (de cualquier nivel) que aspiran a contribuir con nuevos trabajos de historia. No hay historiadores becados. Apenas se abren plazas de investigadores en un par de universidades de Lima. No hay concursos nacionales de financiamiento. Ni siquiera para quienes deseen continuar con los estudios de etnohistoria o historia andina impulsados por Rostworowski, ahora figura del bicentenario. Aunque entiendo que limitados, dichos soportes existen para las áreas de ciencias. No me sorprende. Para muchos la historia, y otras áreas de humanidades, son pasatiempos triviales frente a los grandes objetivos de desarrollo material. (Creo que ellos también se inflan el pecho por la historia milenaria del Perú.)
En estas circunstancias, muchos historiadores (y con seguridad también de otras carreras afines), especialmente jóvenes, investigan autofinanciados, y robándole horas al fin de semana, a sus trabajos, a sus familias, etc. Son condiciones muy adversas, irregulares, a menudo insostenibles. Naturalmente, muchos optan por tomar distancia. He visto de primera mano cómo esa pasión por investigar se ha ido extinguiendo en algunos casos.
Otros esperan con entusiasmo que alguna institución extranjera, a menudo del «primer mundo», acoja sus ideas de investigación. Y es que buena parte de investigaciones recientes sobre el Perú se han desarrollado fuera del país, principalmente desde los Estados Unidos. (No es una coincidencia que varios historiadores convertidos en figuras de opinión política trabajan fuera del país.) La historia peruana se sostiene a la espera que, por favor, casi de suerte, le colaboren con unos dólares.

Y así, mientras leía los comentarios sobre el legado de Rostworowski, llegaba a esta profunda ironía: hay una historiadora en el billete, pero no hay billete para los historiadores. Esta es una realidad incómoda. Quizá es más cómodo pensar que los problemas de la investigación se reducen a la falta de ganas, disciplina o talento. Hay más. Por supuesto, no es que sea el único problema, ni exclusivo al área de historia, ni es una novedad. Tampoco lo digo con el fin de buscar “villanos» o promover pesimismo. Al contrario, lo digo porque espero que en algún momento pasemos de las celebraciones anecdóticas del billetito a iniciativas institucionalizadas sostenidas.