Los derechos de los animales a través de la historia de un oso andino en la Lima del 900

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Por José Mogrovejo (Historiador PUCP)

Casi como una anécdota que figuraba en la sección de noticias extrañas y bizarras de la prensa peruana de antaño, bautizadas con el título “es verdad aunque usted no lo crea”, la revista Variedades, un símbolo editorial de la modernidad criolla en construcción durante la República Aristocrática, presentó la historia de un pequeño osezno andino, quien junto a otros dos osos, uno gris y otro negro, yacía encadenado al control de un súbdito del entonces tambaleante Imperio Austrohúngaro que intentaba ganarse la vida en la Ciudad de los Reyes en 1916.

En la suciedad que era una extensión del negocio de poca monta del inmigrante que solo sabía repetir el precio del espectáculo que la gente de Lima tenía en medio de sus calles, los grilletes que reposaban sobre su garganta no habrían sorprendido a la mayoría de espectadores, pero quizás si escandalizado a uno que otro observador foráneo, sensibilizado por el auge moderado de una preocupación “moderna” por el bienestar de estos seres sin habla. Solo algunas décadas anteriores, un corresponsal de la notable revista “Our Dumb Animals” de Massachusetts, pionera en la formación de las primeras bases de la protección de los animales, reportaba que así como en Valparaíso habían algunas personas que requerían de las leyes de las sociedades protectoras de animales estadounidenses para instaurar una similar en el país sudamericano, justificaba esta necesidad por el comportamiento abominable que era impartido a mulas y caballos en Chile y Perú, que habrían desgarrado el corazón de cualquier persona con sentimientos humanos.

¿Podía ser de otra manera? Aunque queda todavía mucho por entender sobre las dinámicas urbanas y las condiciones de los animales para fines productivos o como unidades de cuidado doméstico, el universo laboral para los espacios rurales en general, un punto de encuentro común en la frontera humano-animal, la progresiva presencia de mecanismos de consolidación de la propiedad agraria puede darnos una idea del contexto en que estas relaciones ocurrían dentro de la sociedad. Dentro de un panorama más amplio de auge de las exportaciones de materias primas para mercados extranjeros, como la lana para compradores británicos, individuos como los yanaconas tenían acceso a ciertos bienes comunes como los bosques y el agua, en intercambio a los réditos que podía producir para el hacendado en los comienzos de la república, y para un espacio como el Cuzco, en el valle de Ollantaytambo, las haciendas y sus extensiones agrarias se consolidaron dentro de un conjunto de propietarios y arrendatarios.

Así como los hacendados avanzaron en estabilizar un régimen de propiedad de la tierra afín a sus intereses, algunos espacios quedaron dentro de la periferia de las impresiones de viaje de numerosos extranjeros que, entre el asombro y el escándalo, observaron los procesos laborales dentro de las unidades productivas más representativas del ámbito agrario en el Perú decimonónico. Sin embargo, los osos no escaparon de la mirada de Herman Göhring, quien, atravesando el valle de Paucartambo en 1873, cautivado por el verdor de las colinas y la excesiva humedad que afectaba los cultivos locales, supo ubicar esta especie animal como parte de los “animales molestos” de los valles, pero que, junto al puma o gato montés, no podían resistirse a huir frente a la presencia del hombre.

No resulta extraño que dada su presencia en los cultivos o en cercanías de propiedades agrarias, estos sean cazados para bien lidiar con el problema que puedan causar a sus cultivos, o bien, como vino a darse en el siglo XX, por el simple ánimo de cazarlo como una demostración de hombría y de masculinidad, como parte de una corriente de modernidad impulsada por las sociedades norteamericanas y europeas que veían el dominio de la naturaleza como un acto de conquista del progreso de la humanidad.

¿Cómo podía pertenecer entonces al entorno cambiante que caracterizaba Lima? Los animales salvajes y exóticos eran parte del espectáculo visual con el que los ciudadanos podían interactuar al pasar por el zoológico ubicado en el Parque de la Exposición, y verlos tras las rejas, como los criminales y vagabundos de antaño, era parte de su presentación “natural”.  En símil con las impresiones que Takashi Ito sostiene sobre la exhibición de animales exóticos en el zoológico del Londres victoriano, probablemente la población de Lima, de la misma manera como “ha traído la atención de la chiquillería de muchos barrios de la ciudad y de los golios, vagos, ociosos y despreocupados”, no habría sido de extrañar que hubiese aprovechado del lugar para discurrir en sus charlas cotidianas, desde chismes hasta conversaciones serias, sin mayor cuestionamiento sobre la naturaleza del espectáculo en medio de la calle, salvo como una forma de brindar detalles a un reportaje para una revista que retrataba el ideal de decencia al que cada ciudadano podía aspirar de seguir su proyecto editorial.

Finalizamos con el relato final sobre el “hombre de los osos”, quien, al ser interrogado por el corresponsal en un encuentro previo que tuvieron en el norte del país, respondió que los osos de su propiedad no venían de su tierra de origen, que esos eran asesinados a tiros porque no sirven más que para brindar su piel para el comercio del hombre. Sin embargo, estos que son de su propiedad son “buenos”, entienden las caricias y lo acompañan al dormir, usando un bozal constantemente por el temor que infunde su hambre y la preocupación de las autoridades por el daño que pueda causarle a cualquier transeúnte. No hay más tiempo para conversar, y comienza a bailar en compañía de sus osos, todo para ganarse el pan de cada día.

Hace más un siglo, en su tesis de doctorado en jurisprudencia, Alfredo González Prada sustentó en 1914 que la protección de las leyes para prevenir el maltrato y el sufrimiento de los animales no debía restringirse únicamente a los espacios públicos, y mucho menos ser entendida como únicamente válida de ser una prolongación indirecta de las afectaciones humanas. Al fin y al cabo, “el hombre no sabe respetar en la bestia lo que como más sagrado proclama en su personalidad: el derecho a la vida y el derecho a no sufrir innecesariamente”. Unas palabras así pueden ser motivo de reflexión en el día internacional de los derechos de los animales.

Referencias:

Armas, F. 2020. Tierras, mercados y poder: El sector agrario en la primera centuria republicana. En C. Contreras (ed.). Economía de la primera centuria independiente, Tomo 4 (pp. 93-164). BCRP, IEP.

Espinoza, J. 2015. Entre criollos y modernos: género, raza y modernidad criolla en el proyecto editorial de la revista Variedades (Lima, 1908-1919). Histórica 39 (1), 97-136.

Figueroa, J. 2008. Cacería del oso andino en el Perú. Memoria para la obtención del Diploma de Estudios Avanzados. Centro Iberoamericano – CIBIO, Universidad de Alicante, España.

Göhring, H. 1877. Informe al Supremo Gobierno del Perú sobre la expedición a los Valles de Paucartambo en 1873. Imprenta del Estado.

González Prada, A. 2018 [1914]. El derecho y el animal. Revista Latinoamericana de Direitos da Naturaeza e dos Animais 1 (1), 10-36.

Ito, T. 2012. Locating the Transformations of Sensibilities in Nineteenth-Century London. In P. Atkins (ed.). Animal Cities: Beastly Urban Histories (pp. 189-204). Routledge.

The Massachusetts Society for Prevention of Cruelty to Animals. (1877), Our Dumb Animals 10 (3).

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