Un 04 de noviembre de 1780 estalló la más grande rebelión en la Hispanoamérica colonial: se extendió por lo que actualmente es Perú, Bolivia, Chile y Argentina, y dejó un saldo de más de 100.000 muertos. José Gabriel Condorcanqui, que pasó a ser conocido como Túpac Amaru II, fue el líder y principal artífice de este levantamiento, y su figura sería objeto de interés no solo para historiadores, sino también para artistas, políticos, militares y hasta grupos subversivos. ¿Qué se puede decir de Micaela Bastidas, su esposa, que en estos últimos años ha recobrado notable interés en la academia y en la política?
A diferencia de su esposo, Micaela Bastidas descendía de una familia pobre, y no sabía leer ni escribir; tampoco hablaba español, pero sí lo comprendía. No tenemos referencia sobre sus apariencia física: aunque se la suele imaginar blanca -véase las láminas escolares por ejemplo-, sus rasgos eran andinos, mestizos y afroperuanos por su padre. El origen de sus padres también es un misterio: si bien en su certificado de bodas, ambos aparecían como “españoles”, algunos historiadores afirman que Manuel de Bastidas era un sacerdote con ascendencia negra.
Se casó con José Gabriel Condorcanqui a la edad de 16 años en el pueblo de Surimana el 25 mayo de 1760. Producto de su unión nacieron, en los años sucesivos, Hipólito (1761), Mariano (1762) y Fernando (1768). Lejos de solo encargarse de las tareas domésticas, Micaela fue una compañera que trabajó con su marido en sus diversas actividades mercantiles, en la administración de tierras y animales y en el pago del salario a sus peones.
Esto también se reflejó cuando estalló la insurrección en noviembre de 1780. En ausencia de su marido, Micaela Bastidas asumió la dirección administrativa y política en Tungasuca, desde donde impartió órdenes, otorgó salvoconductos y edictos, y organizó expediciones para reclutar gente. Su correspondencia -que se puede encontrar en la Colección Documental de la Independencia del Perú- es vasta: se comunicó con los más importantes consejeros de Túpac Amaru, con sacerdotes, caciques, gobernadores españoles, entre otros.
De entre todas sus cartas, destacan las que envió a su esposo. Aunque sus comunicaciones abordan el tema de la guerra, el cariño que sienten ambos se demuestra por los términos que usaban para referirse el uno al otro: Micaela le decía “Chepe, hijo Pepe, Chepe mío, hijo Chepe mío, Chepe de mi corazón, hijo de mi corazón, amantísimo hijo de mi corazón” y firmaba como “tu Mica, tu amantísima compañera, tu amantísima esposa de corazón, tu amantísima Micaela”; lo mismo hacía Túpac Amaru al llamarla “hija mía, hija Mica, hija“, y firmaba como “tu Chepe”. Esta correspondencia se interrumpió cuando Micaela reprochó a Túpac Amaru por no marchar hacia el Cuzco y tomarla:
“Harto te he encargado que no te demores en esos pueblos donde no hay que hacer cosa ninguna; pero tú te ocupas en pasear sin traer a consideración que los soldados carecen de mantenimiento, aunque se les dé plata; y ésta que ya se acabará al mejor tiempo; y entonces se retirarán todos, dejándonos desamparados, para que paguemos con nuestras vidas”
Cuando los principales líderes de la rebelión fueron capturados, el visitador José Antonio de Arreche ordenó que la ejecución de Micaela Bastidas debía causar terror y espanto en el público; en otras palabras, por todos los testimonios recogidos en su juicio, Micaela no merecía ser tratada como mujer. Antes de matarle, le cortaron la lengua para de ahí pasarla al garrote, pero no se pudo ahogarla por su cuello tan delgado; en consecuencia, sus verdugos la mataron a patadas en el estómago y pecho. Su cabeza fue expuesta en el cerro de Piccho; sus brazos, en Tungasuca y Arequipa; y sus piernas en Carabaya.
Fuente: Sara Beatriz Guardia. Micaela Bastidas y la insurrección de 1780.