Por Luis Leyva (PUCP – UNQ)
Ramón Castilla es, quizás, el más conocido y popular de los caudillos que gobernaron durante los primeros años del Perú republicano. Es recordado principalmente por la abolición del tributo indígena y de la esclavitud, así como por el contexto de bonanza económica gracias al “boom” del guano, y que le permitió instaurar periodo de paz y estabilidad. ¿Cuánto de esto es cierto? ¿Fue Castilla “el mejor presidente del Perú” como se decía en la escuela? En Los años de Castilla (1840-1865) (Lima: IEP, 2025), Natalia Sobrevilla analiza este periodo inicial de la república peruana a partir de la figura de Ramón Castilla, matizando algunas de las afirmaciones antes mencionadas, permitiendo conocer mejor al personaje y su época.

El libro se compone de siete capítulos, en los cuales se recorre la biografía de Ramón Castilla, desde su nacimiento en Tarapacá (1797) hasta su muerte en Tiliviche (1865). Como muchos otros caudillos que tuvieron un papel protagónico en los inicios de la república peruana, vivió lo que Halperín Donghi denominó “la carrera de la revolución”. A diferencia de algunos de sus contemporáneos, se enlistó inicialmente en las fuerzas realistas y no sería sino hasta 1822 que se encontraría en las filas patriotas. Su contacto permanente con militares que ascendieron rápidamente en este contexto de crisis de la Monarquía Hispánica y surgimiento de las nuevas repúblicas latinoamericanas le permitió participar de los vaivenes que implicó la instauración de un nuevo orden. En este contexto, Castilla observó perspicazmente la importancia de la Constitución como documento que otorgaba legitimidad al caudillo de turno, ya sea para imponerse como presidente o para convocar una insurrección. La trayectoria político-militar de Castilla fue, a partir de este momento, un ejercicio constante por la defensa de la Constitución con el fin de establecer un orden republicano, aunque, como señala Sobrevilla, el uso de esta fue de índole más pragmático que idealista.
A través de la biografía de Castilla es posible comprender el razonamiento y las acciones de muchos de los caudillos que buscaron el poder a lo largo del siglo XIX. El vacío de poder tras las independencias de los países latinoamericanos y la necesidad de ordenar y fundar las bases de lo que Hilda Sabato denominó repúblicas del nuevo mundo implicó, muchas veces, traiciones y enfrentamientos entre antiguos colegas y familiares, pero aquello era justificado por la invocación al orden y a la legalidad que dictaminaba la Constitución. Sin embargo, estos debates deben entenderse también en relación con los deseos de autonomía de las distintas regiones que conformarían los nuevos países. En ese sentido, varios militares -Castilla incluido- eran motivados a alzarse en armas contra el gobierno en curso aprovechando el descontento y la búsqueda de intereses por parte de las élites locales para obtener un trato preferente. Aunque pareciera que el mundo militar es amplio, encontramos en el libro de Sobrevilla menciones a personajes que aparecen constantemente en esta pugna por el poder en el Perú republicano: Manuel Ignacio de Vivanco, José Rufino Echenique, Manuel de San Román, Domingo Elías o Antonio Gutiérrez de la Fuente son algunos de los personajes que aparecen recurrentemente en el libro. Asimismo, resulta interesante preguntarse acerca de la conveniencia de exiliar o deportar a un enemigo político antes de fusilarlo; como señala la autora, a Castilla le impactó ver a antiguos compañeros en armas sucumbir ante el fusilamiento, lo cual permite hacerse preguntas acerca de, por ejemplo, la noción de ciudadanía en armas o de la invocación a la razón de Estado.
Uno de los aciertos del libro es el énfasis en el aspecto político, pero no tanto desde la perspectiva tradicional que prioriza la narración de hechos, sino de resaltar el ejercicio cotidiano de la actividad política. Ya se mencionó la importancia de la Constitución para otorgar legitimidad al caudillo de turno, pero también es necesario señalar que, durante los años de Castilla, el ejercicio del voto fue importante para la elección de los presidentes. Si bien aún no existían partidos políticos propiamente dichos, los clubes y asociaciones en torno a los que se esbozaban algunas ideas en torno a la mejor manera de administrar el gobierno y las finanzas, y que sirvieron como base de apoyo de determinados candidatos a la Presidencia. Así, por ejemplo, resalta tanto la importancia de los artesanos como base política, el voto a los analfabetos -que luego sería cuestionado y limitado nuevamente-, o la aparición de periódicos que fomentaron la opinión pública (letrada y no letrada) en el Perú. En ese sentido, los debates entre liberales y conservadores estuvieron acompañados de una alta movilización política, los cuales también impactaron en las maneras de comunicar el agrado o descontento con respecto a las autoridades políticas. Ejemplo de esto último son las caricaturas de León Williez en El Adefesio, o la biografía nada complaciente de Castilla realizada por Manuel Atanasio Fuentes “El murciélago”. En todos estos casos, es posible observar rasgos que irían definiendo los marcos de la “cultura política peruana”.
Otro aspecto relevante del libro es el ejercicio de Sobrevilla para discutir algunos lugares comunes en torno a la figura de Ramón Castilla. En primer lugar, la autora contextualiza los dos principales méritos resguardados por la memoria popular: la abolición del tributo indígena y de la esclavitud. En ambos casos, estos no tuvieron principalmente un fin altruista sino más bien coyuntural debido a la coyuntura bélica y circunstancias políticas, económicas y sociales en las que impactaron ambas medidas: por un lado, el alzamiento del “liberal” Castilla contra Echenique; y, por otro lado, las necesidades económicas de reemplazar la mano de obra esclava por trabajadores libres asalariados. En segundo lugar, la noción de Pax castillista -un periodo de paz y estabilidad política a partir del gobierno de Castilla- sostenida por el “boom” del guano es discutida por Sobrevilla en tanto Castilla mismo sería uno de los desestabilizadores del orden republicano durante el levantamiento contra José Rufino Echenique, aliado y enemigo suyo. La fragilidad de la economía peruana en aquellos primeros años se debió no solo al alto porcentaje de las finanzas destinadas a “comprar” a los ejércitos para evitar insurrecciones posteriores, sino también a la corrupción de los negocios del guano. Si bien esto no significó que las arcas del Estado no se enriquecieran, la autora matiza la noción de “prosperidad falaz” de Basadre al enfatizar la desigualdad en la redistribución de estos recursos.
En suma, Los años de Castilla (1840-1865) es una excelente introducción a estos años clave en nuestra historia republicana, pues permite comprender -a través de la biografía de su protagonista- los vaivenes políticos de estas primeras décadas, la necesidad de la instauración de un orden político legitimado a través de la Constitución, pero también de la importancia de la sociedad civil y la opinión pública que logró colocar una serie de temas en la agenda política. Más allá de la idoneidad de las medidas finalmente aplicadas, resalta en el libro un interés en recuperar el aspecto político y también es una invitación a repensar históricamente la figura de Ramón Castilla, sus logros y sus aciertos, así como la memoria pública alrededor de él.
