por A lo largo de mi carrera como estudiante y docente en Perú, he sido testigo de los diversos matices que surgen cuando tecnología y educación se encuentran. Un ejemplo es el reciente avance exponencial de las Tecnologías de la Información y la Comunicación (TICs), que han modificado radicalmente las prácticas de enseñanza y aprendizaje. En el centro de esta transformación encontramos a la Inteligencia Artificial (IA), un conjunto de herramientas que promete revolucionar aún más nuestro sistema educativo.
La IA ofrece una nueva dimensión de personalización en la educación, adaptando el aprendizaje a las necesidades individuales de cada estudiante. Sin embargo, como ocurre en la historia, esta promesa de progreso también puede ocultar riesgos. Por ejemplo, herramientas como ChatGPT, aunque facilitan el acceso a la información, pueden simplificar en exceso el aprendizaje y propiciar situaciones de plagio.
Ante este dilema, en lugar de precipitarnos a prohibir su uso, es deseable un camino de mediación. Necesitamos educar a los estudiantes en el uso crítico de estas herramientas, y los docentes deben asumir el papel de mentores en este proceso, guiando a los estudiantes en la relación con estas tecnologías emergentes.
Esta reflexión nos lleva a reconsiderar nuestra percepción de la IA. No como una amenaza, sino como un medio que puede mejorar nuestra productividad, siempre que la usemos de manera crítica y consciente. Además, esta nueva era requiere la creación de nuevos sistemas de evaluación que privilegien habilidades humanas como el razonamiento crítico, la capacidad de distinguir entre hechos y falsedades, y la reflexión ética.
Así, la IA en la educación se presenta como una revolución con desafíos, pero también con grandes oportunidades, siempre y cuando sepamos cómo navegar en ella. Este es el gran reto y compromiso que enfrentamos como sociedad en la era digital.
Reportero de la historia 