Reseña | Marcel Velázquez Castro. Cuerpos vulnerados. Servidumbre infantil y anticlericalismo en el Perú (1840-1920). Lima: Taurus, 2024.

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Por Luis Leyva (PUCP / UNQ)

La clase media urbana de la segunda mitad del siglo XX tenía una serie de comodidades que, hasta hace poco, estaban normalizadas: las labores del hogar usualmente eran realizadas no por la madre sino por una empleada doméstica, quien además solía estar a cargo de cuidar de unos niños y adolescentes que estudiaban en colegios privados pertenecientes a alguna orden religiosa. Estas dos características estaban asociadas a la modernidad y el progreso: de un lado, el esfuerzo físico era menor para los padres de familia en tanto este era delegado a una tercera persona, quien solía vivir “cama adentro” las 24 horas los siete días de la semana; por otro lado, se asumía que los colegios religiosos brindaban una educación de calidad y les permitirían a sus hijos establecer contactos para la exitosa vida futura. Sin embargo, como demuestra acertadamente Marcel Velázquez Castro en Cuerpos vulnerados. Servidumbre infantil y anticlericalismo en el Perú (1840-1920), muchas de las comodidades asumidas por la clase media limeña de finales del siglo XIX e inicios del siglo XX estaban relacionadas con la permanencia de una serie de vicios existentes desde tiempo atrás: la explotación laboral e infantil, y los abusos sexuales por parte de los religiosos. En un lenguaje ameno, este libro nos acerca a una verdad incómoda que a muchos -incluyendo al propio autor- nos puede sacudir emocionalmente: ¿acaso hemos sido cómplices pasivos de dinámicas de explotación infantil y/o encubrimiento pasivo de abusos sexuales por parte de eclesiásticos?

            El libro se compone de dos capítulos bien diferenciados: el primero corresponde al análisis de la servidumbre infantil, mientras que el segundo aborda una historia intelectual de las luchas anticlericales en el Perú de entresiglos. Para ello, el autor utiliza de manera inteligente un amplio corpus documental, tanto escritos (novelas, artículos en prensa, avisos en diarios, revistas y periódicos) como visuales (caricaturas, fotografías, dibujos, acuarelas), para explorar estos temas desde las representaciones culturales, pero también para analizar de qué manera la esfera pública fue un campo de batalla en el que una generación de liberales denunció estos dos grandes problemas que, según ellos, perjudicaban los procesos de modernización del país. Si bien en un inicio podría pensarse en cada capítulo como autónomo en sí mismo, la lectura conjunta de ambos de ellos nos ofrece una imagen más nítida acerca de cómo la República de las Letras limeña intervino frente a estos vicios que constituían, subrepticiamente, la base de la modernización del país en clave republicano-liberal-anticlerical. En ese sentido, el libro profundiza en un episodio de nuestra historia intelectual que todavía está en ciernes: una historia del anticlericalismo en el Perú, no solo a través de personajes como Manuel González Prada, sino desde el análisis de las redes revisteriles y las discusiones cotidianas en la prensa, buscando reconstruir el campo intelectual del Perú de entresiglos.

            El primer capítulo, “Niños: tráfico y servidumbre”, analiza el fenómeno de la servidumbre infantil. Dentro de la lógica colonial -que no cambió mucho con la instalación de la república-, la posesión de siervos era vista como símbolo de estatus por parte de la aristocracia local. Así, aun a pesar de la prohibición de la esclavitud, se diseñaron nuevos mecanismos para que esta institución persista, aunque de otra forma: ya no sería a través de la “compra”, sino por medio de la “adopción” de cholitos o jovencitas, principalmente niños de entre 8 y 12 años provenientes de entornos rurales. Bajo la promesa de una mejor calidad de vida y educación, estos infantes eran separados de sus padres e instalados en las casas de sus nuevos “padrinos”. La vida de este “servicio doméstico” quedaba sumida a la voluntad de sus amos, quienes podían disponer de ellos como mejor les pareciese: lejos estaba la promesa de una mejor calidad de vida y/o educación, pues solían trabajar en labores domésticas no especializadas, y la violencia contra ellos podía llegar incluso a la muerte del infante, no responsabilizándose en lo absoluto los “padrinos” por ello. Más aún, a pesar de saber que la esclavitud y el trabajo infantil estaba prohibida, Velázquez señala que “el marco legal de los cholitos era escaso y genérico, pues la ley no quería iluminar esta extendida práctica social ni legitimar explícitamente el trabajo infantil, pero estaba contenido en reglas generales y dispositivos legales” (p. 89). De todos modos, pronto se podrán observar formas de resistencia a este orden paternalista mediante la huida de muchos niños de sus casas, siendo buscados luego por los “padrinos” para recuperarlos, incluso dando aviso de su huida en la prensa, pues, “nadie quería ser despojado de lo que sentían les pertenecía ni que se resquebrajara su autoridad sobre los cuerpos que habitaban su espacio doméstico” (p. 93). Sin embargo, así como existió la resistencia pacífica, existía también el riesgo de la violencia doméstica, como el documentado caso de Alejandrino Montes, en donde la tolerancia de parte del adolescente llegó a un límite y -similar al caso de la dinámica esclavista romana- terminó con el asesinato de la pareja de “padrinos” que “cuidaban” de su hermana y de él.

            El segundo capítulo, “Anticlericalismo y violencia sexual de sacerdotes contra niños”, analiza el fenómeno del anticlericalismo como una respuesta política liberal frente al conservadurismo de las élites aristocráticas: fue, en ese sentido, una respuesta de parte de una clase media letrada que proponía una vía laica, secular -y, en algunos casos, fuertemente antirreligiosa- para modernizar el país. Para ello, Velázquez reconstruye un corpus documental del anticlericalismo, señalando las redes transnacionales que permitieron elaborar un lenguaje y gráfica común por parte de figuras intelectuales europeas y americanas que perseguían el mismo objetivo. En ese sentido, este capítulo realiza un análisis pormenorizado de las redes revisteriles, la sociabilidad intelectual y, a partir del análisis de algunas de estas revistas, profundiza en la historia intelectual de este fenómeno desde la cotidianidad, es decir, desde lo que podrían denominarse “figuras menores” que, sin embargo, tuvieron una alta lectoría e impacto en el naciente espacio público a inicios del siglo XX. En ese sentido, revistas anticlericales como Fray K. Bezón, Fray Simplón, Don Giuseppe, entre otras, van a disputar la opinión pública con publicaciones católicas como El Bien Social o El Hogar Cristiano, todo ello como parte del proceso de modernización del estilo comunicacional y el fenómeno de la ampliación de la lectoría. En otras palabras, el análisis de estas revistas permite apreciar no solo en la historia del anticlericalismo, sino también en la historia del periodismo. Así, por ejemplo, Velázquez se detiene principalmente en Fray K. Bezón (1907-1912) como uno de los máximos representantes de este tono anticlerical y de fuerte denuncia -explícita, por ejemplo, de la voracidad sexual e impunidad de estos curas- de los casos de abusos por parte de los religiosos a los cuerpos más vulnerables, principalmente mujeres y niños, así como de su influencia en la aparición de otras revistas similares en estilo y contenido. Otro aspecto por resaltar es la variable de género que el autor señala para visibilizar a esta generación de mujeres letradas que, desde ambos bandos, también discutieron las ventajas y limitaciones del catolicismo como religión de Estado en el Perú, lo cual sugiere una serie de preguntas a responder en futuras investigaciones con respecto tanto a sus escritos como a su rol como lectoras. El capítulo cierra con una paradoja interesante: las luchas del anticlericalismo lograron resultados importantes -tales como la tolerancia de cultos en 1915, el matrimonio civil y el derecho al divorcio-, pero esta misma victoria fue también una de las causas de su caída en las décadas siguientes, no pudiendo actualizar sus demandas en la siguiente generación de jóvenes intelectuales, observando cómo, hacia mediados de siglo, el país se caracterizaría por una “creciente recristianización, promovida por la espada (Benavides, Odría) y la cruz” (p. 305).

            En síntesis, Cuerpos vulnerados. Servidumbre infantil y anticlericalismo en el Perú (1840-1920) es pertinente para pensar históricamente en estos dos fenómenos -la servidumbre infantil y los abusos sexuales por parte de curas- y cómo las denuncias públicas y discusión en el espacio público por parte de periodistas anticlericales permitieron poner fin -o, al menos, cuestionar- a estas instituciones. Velázquez hace bien al preguntarse y preguntarnos a nosotros: “Y tú, lector, hipócrita amigo de estas líneas, ¿acaso no has tenido a lo largo de los años varias empleadas domésticas en tu casa?, ¿alguna vez te preguntaste si alguna de ellas era menor de edad?” (p. 127) y “¿Por qué no fueron escuchadas las primeras denuncias de abusos sexuales contra niños, adolescentes y mujeres cometidos por curas?” (p. 133). En el contexto de la reciente disolución del Sodalicio de Vida Cristiana por denuncias sistemáticas de abusos sexuales (Salinas, 2025), así como del crecimiento de un sector conservador que mira con nostalgia los tiempos de un orden estamental pre-Reforma Agraria, cimentados ambos en “el orden tutelar” (Nugent, 2025) de la espada y la cruz, este libro es un llamado de atención con respecto a qué tan normalizadas tenemos este tipo de dinámicas en nuestro día a día.

Referencias

Nugent, Guillermo. El orden tutelar. Sobre las formas de autoridad en América Latina. Lima: Taurus, 2025.

Salinas, Pedro. La verdad nos hizo libres. Historia de los abusos y de la caída del Sodalicio. Lima: Debate, 2025.

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